Un punto de entretenimiento y diversión...
- Alexandra Diaz
- 29 jun 2017
- 2 Min. de lectura
A simple vista creeríamos que este restaurante-bar de perfil alemán no tiene nada de peruano. Cuando se fundó, a finales del siglo pasado, era algo así como un forastero rodeado de casonas y balcones republicanos. Debido a su fuerte influencia europea era un pequeño Pozuzo (Oxapampa) en el Centro Histórico de Lima, como si el mariscal y expresidente Ramón Castilla hubiera renacido para implantar otras costumbres y llevarse algo de nuestra cultura.
Pero es falso, porque la primera impresión que puedes tener al entrar te hace dudar de su ambiente: un lugar radiante de mesas impecables, meseras uniformadas y ni un sólo fragmento de basura en el piso. Lo sé, esto descuadra a la acostumbrada perspectiva de los otros bares temáticos del Centro.
Les dibuja otra órbita:
Cerveza en bota, piqueos saludables, pero también ceviche y platos regionales. Mientras te vas adentrando en la carta y conociendo más a la gente que lo gestiona, te das cuenta de su casta: el Rincón Cervecero es más peruano que muchos otros bares cercanos a la Plaza San Martín.
Suele creerse que en los bares, en especial uno que se llama Rincón Cervecero, hay que embriagarse hasta las últimas consecuencias. Pero no, no es así. Aquí, si los meseros rastrean que alguna persona se ha pasado de copas, simplemente deciden no alimentar su euforia, para resguardar la armonía.
A la una de la mañana, cuando los bares de la noche limeña recién empiezan a colmarse, el Rincón Cervecero se va a dormir. Es un lugar propicio para aquellos que se sonrojan con unas cuantas copas y buscan el equilibrio en sus palabras. Pero eso no afecta en absoluto, porque los comensales se quedan lo suficiente para poder charlar del día a día y tal vez, hasta bailar en la terraza.
En el Día de la Canción Criolla, revela el jefe de Marketing Rogger Ortiz, que varias personas se levantaron, cerraron los ojos y bramaron en duetos, tríos y en grupos esas canciones que nos recuerdan a nuestros abuelos y a esos músicos que radicaban en La Victoria y Barrios Altos. El patio se transformó en una pista de baile y la música le daba un matiz similar a una peña.
“Eso sí, está prohibido fumar, pero no hay ni una cartel que diga que no se puede bailar. No medimos su felicidad”, revela Ortiz.
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